Muchos países de todo el mundo tienen en sus agendas, señalado como tema pendiente muy importante precisamente este que implica mejorar o elevar el nivel de la Calidad de la Educación.
Invierten fuertes cantidades de dinero y emplean muchos recursos de diferente índole, contratan especialistas, crean nuevas didácticas, mejoran la infraestructura y muchas veces logran muy poco en relación a lo que invierten y esa su inversión se convierte en un enorme gasto dispendioso.
De ahí surge la notable necesidad de realizar constantemente programas de Evaluación Educativa.
En el viejo, anquilosado y completamente inútil modelo de evaluación está ubicada la evaluación estudiantil que antes se aplicaba – y que lamentablemente se lo sigue haciendo – para a “duras penas” clasificar a los estudiantes entre los que pasan el nivel de mediocridad y los que no lo hacen. Vaya forma de evaluación.
Ahora bien, si nos ponemos a reflexionar, sin aplicar mucho esfuerzo y bastará, podemos darnos cuenta de que la evaluación no es un proceso tan cegatón, estrecho y limitado que medir apenas una parte de un gran conjunto de ellas; desde luego que estamos muy conscientes de que el estudiante, como persona individual y/o colectiva es lo más importante en el proceso educativo y que sin ellos la tal educación no tendría el menor sentido. Ya me imagino una hermosa escuela, dotada con las mejores tecnologías en medio de muchas comodidades y ambientes agradables y propicios para la mejor educación del mundo y en ellas los mejores, insignes y más idóneos profesores, con planes de trabajo meticulosamente elaborados y no haya ni un solo estudiante: sería realmente inútil.
De todos modos, la evaluación no debe por ningún motivo limitarse a “clasificar” al estudiante; la evaluación es todo un proceso complejo y permanente que debe ser cuidadosa y correctamente planificado con la debida antelación y que además debe tener objetivos muy claros y estar dotado de una metodología muy precisa.
Pero además, la evaluación debe aplicarse no apenas a los estudiantes, no señor, esta debe trabajarse en todos los ámbitos del proceso de enseñanza – aprendizaje.
LO PRIMERO
Lo primero que hay que preguntarse es ¿Para qué evaluar? Y eso nos conduce a saber lo que vamos a hacer con los resultados de la evaluación, seguramente nos servirá para mejorar, es decir, para evitar las fallas y procurar los aciertos; quizá de lo contrario la evaluación no tendría mucho sentido.
También es necesario ¿Qué evaluar? Y ahí están en lista todos los factores que tienen que ver y que intervienen positiva y negativamente en el proceso educativo.
Otro aspecto que cabe preguntarse es ¿Cuándo evaluar? Y tendremos en la respuesta varios momentos dependiendo de cada uno de los fines y razones para evaluar.
Finalmente, habrá que saber con exactitud ¿Cómo evaluar? Esto implicará que debamos tener claramente definido con detalle la manera en que vamos a evaluar cada parte del proceso. Si no se sabe con precisión la manera en que se va a evaluar, muchas veces no se sabrá ni qué evaluar.
Todo esto tiene que estar reflejado en un plan de evaluación.
SEGUNDO
Seguidamente tendremos que preguntarnos ¿En qué ámbitos evaluar? Por ejemplo para poder evaluar los aprendizajes del estudiante será muy necesario conocer previamente qué aprendizajes se van a evaluar. Muchas veces se enseña a los estudiantes, por dar un ejemplo patético, la historia universal y luego se les pide que interpreten su realidad actual a partir de lo enseñado. Ahí se ve con claridad que no se sabe qué evaluar.
Por lo tanto, se entiende que se tiene que evaluar a los estudiantes. Habrá que evaluarlos, seguramente, en diferentes momentos: Al iniciar el proceso, evaluación inicial, que permitirá conocer los saberes previos que el estudiante tiene. También, se deberá hacer una evaluación continua que permitirá registrar el esfuerzo que el estudiante ha ido haciendo. Para luego, al terminar el ciclo realizar una evaluación final que mostrará no sólo si el estudiante pasó la “franja de la mediocridad” sino también mostrará las fortalezas y debilidades de todos los factores que intervienen en el proceso educativo. Veamos un ejemplo:
15 destacados estudiantes, calificados como muy buenos y responsables, participan de un curso de operador en computación e internet. Para ello se cuenta con un aula alfombrada y atemperada, con sillas bastante cómodas y un material didáctico muy bien elaborado; pero, el docente, si bien es un reconocido arquitecto, da clases por primera vez y sólo hay una computadora que si bien cuenta con si respectivo proyector no cuenta con una conexión a internet.
Si evaluamos este proceso educativo, una evaluación solamente a los estudiantes, sin duda nos equivocaremos ya que como se verá hay muchos otros factores que debemos tomar en cuenta.
Es decir, no sólo debemos evaluar una parte, también se debe evaluar los planes curriculares, es decir: los temas que se van a abordar, la relevancia y pertinencia de los mismos, el orden en el que se lo hará, las estrategias metodológicas y didácticas con las que se busca lograr determinado proceso.
Asimismo, habrá que evaluar las competencias del profesorado, la calidad de sus prácticas docentes, la didáctica, el cumplimiento de planes, la dedicación, el compromiso, la capacidad de liderazgo y conducción y sus habilidades de relacionamiento con sus alumnos.
Sin duda habrá que valorar, los recursos con los que se cuenta para lograr que el proceso culmine con el éxito deseado como ser: pizarras, asientos, materiales, computadoras, y todo lo que se necesite.
CONCLUSIÓN
Como se puede ver con claridad, la Evaluación Educativa, no puede limitarse al ámbito del estudiantado.
La evaluación no puede verse como un proceso de autoflagelamiento donde se desnuda el hecho de que los profesores que no han logrado que sus estudiantes aprendan todo lo que se esperaba y que por lo tanto son malos profesores; ver la evaluación de este modo implicaría que si los docentes se autoevalúan comiencen a mentir y a mentirse a sí mismos. La evaluación debe verse como una valiosa herramienta que nos muestra lo que se está haciendo bien, para preservar, y lo que está fallando, para reajustar.
La evaluación deberá aplicarse para poner en práctica un proceso de mejoramiento continuo, que la evaluación de los planes sirva para hacer mejores planes, que la evaluación de los diferentes recursos sirva para dotar de los recursos necesarios no más ni menos, que la evaluación docente no sirva para elevar o bajar el ego de los profesores sino para mejorar sus prácticas y su compromiso por los estudiantes.
Finalmente, asumir que la Evaluación Educativa aplicada integral y permanentemente es uno de los mejores instrumentos que se tiene para elevar el nivel de la Calidad Educativa.
¿Tendremos, algún día, la capacidad de lograr que los centros educativos de todos los grados sean lugares agradables y llenos de compresión, armonía y aprendizajes constantes?